miércoles, 20 de mayo de 2015

La ¿decisiva? batalla de Actium


Publicado previamente en Témpora Magazine

Actium, en 31 a.C., constituyó uno de los episodios finales de la República romana, en un tiempo en que -de mano de Octavio Augusto-despuntaba ya el incipiente proyecto imperial. Desde un punto de vista militar y naval, dicha batalla supondría el enfrentamiento de dos importantes escuadras en un combate en el que no solo se dilucidaría el destino de los dos hombres más poderosos del momento -Marco Antonio y Cayo Julio César Octaviano-, sino también el de la propia Roma.
Las relaciones entre ambos, aunque aliados en inicio para vengar el asesinato de Julio César, fueron difíciles desde que, con diecinueve años, Octaviano llegara a Roma como principal beneficiario del testamento de su difunto tío abuelo. Heredero y también sucesor del mismo en términos económicos y políticos, el joven supo ganarse pronto el favor de las legiones y los veteranos de César en Etruria y Campania, al tiempo que aumentaba su fama entre el pueblo.
La constitución del triunvirato con Marco Emilio Lépido1, magister equitum y sucesor de César al frente del ejército en Hispania y Galia, incentivó las ansias de gloria y fama de Octaviano y Marco Antonio, dispuestos a concentrar los poderes del Estado mediante la institución de una estructura de gobierno unipersonal. La Paz de Brindisi en 40 a.C. permitió reconducir temporalmente el complejo panorama político gestado tras morir César, en un escenario en que el choque de intereses entre los hombres fuertes de la República parecía capaz de desencadenar otra guerra civil Las conversaciones sucedidas en Brindisi finalizaron con un reparto territorial que delimitaría las zonas geográficas de influencia de cada triunviro: Marco Antonio recibió Oriente, ámbito en el que venía actuando desde la batalla de Filipos de 42 a.C., que supuso la derrota de Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino, responsables del asesinato de César; Occidente quedó bajo dominio de Octaviano; y África pasó a depender de Lépido.
A partir del 36 a.C., Antonio comenzó a afianzar su posición hegemónica en Oriente mediante un conjunto de conquistas territoriales y expediciones militares que el granjearon gran prestigio como militar. En una de estas campañas, en Antioquía, conocería a Cleopatra VII Filópator, reina faraón de la dinastía ptolemaica de Egipto. Desde entonces, Antonio inició una transformación ideológica. Tras su matrimonio sagrado con la reina -de impopularidad creciente en Roma- hizo suyos una serie de rasgos propios de los gobernantes helenísticos, presentándose a sus súbditos, aliados y enemigos como “dios viviente”. Apelando a su condición divina logró la sumisión de diversos reyes orientales con los que formalizó pactos de vasallaje. Mediante éstos y siempre conservando autonomía política respecto a un poder superior, esos monarcas adquirían el compromiso de poner sus armas al servicio de Roma en caso de guerra con un tercero. Uno de los vasallos de Antonio, citando un caso bastante significativo, fue Herodes el Grande, rey de Judea.
El creciente poder de su homólogo y rival, quién comenzó a gestionar Oriente como una propiedad personal -los criterios sucesorios del triunviro son prueba evidente de ello2-, fue visto por Octaviano como amenaza a su posición política y sus aspiraciones de poder único. El despilfarro de recursos humanos y materiales en la campaña de Antonio en Armenia y Atropatene3, su descuido de la guerra contra los partos, principales adversarios de Roma en el limes oriental, unido al hecho de que todas sus actuaciones parecían ir dirigidas únicamente a la configuración de un imperio propio a costa de las conquistas romanas con capital en Alejandría, generó descontento en la población, y facilitaría a Octaviano la condena por traición de Antonio en el Senado y su desposesión del cargo de triunviro.
No obstante, intentando evitar lo que significaría el inicio de otra guerra civil, si bien con apariencia de enfrentamiento Oriente-Occidente, Roma envió representantes a Patrae (Grecia) donde Antonio, lejos de mostrarse dispuesto a la solución pacífica, había concentrado su ejército. Comandados por Marco Vipsanio Agripa, su hombre de confianza, Octaviano disponía de 80.000 soldados y 400 naves frente a los 100.000 efectivos y 800 barcos que acumulaba Antonio, entre ellos 200 galeras cedidas por Cleopatra. Asimismo, el ejército oriental también superaba al occidental en cuanto a disponibilidad de recursos. A pesar de las desventajas Octaviano contaba con un punto a su favor: la disciplina de sus hombres, veteranos, y la experiencia de sus oficiales.
Agripa, en primavera de 31 a.C., zarpó con sus naves desde Apulia, adentrándose en el Adriático y arribando en Epiro; ya en Grecia asestaría un duro golpe al enemigo conquistando Metón, Corinto y Corcira, que permitiría a Octaviano levantar su campamento en la estratégica posición de Cornaro y al mismo tiempo aislar a Antonio en el Peloponeso, quebrando su línea de comunicación con Egipto El rápido avance del ejército octaviano hizo cundir el desánimo entre la milicia antoniana, integrada por mercenarios orientales de diversas nacionalidades, lo que se tradujo en deserciones entre tropa y oficiales. Fueron muchísimos los que, temerosos de las victorias de Octaviano en esta primera fase, optaron por cambiar de bando; fue el caso de Quinto Delio y Domicio Enobarbo, dos de los mejores capitanes de Antonio.
Contraviniendo la opinión de uno de sus más brillantes generales, Publio Canidio Craso, partidario de una batalla terrestre, Marco Antonio prefirió llevar la lucha al mar, decisión difícil de explicar: hay historiadores que ven aquí la influencia de Cleopatra, deseosa de tomar parte activa en la lucha contra Octaviano-aportaba a la flota antoniana sus propios barcos-; otros, sin embargo, atendiendo a cuestiones estratégicas, defienden que el triunviro y la reina, al convenir una batalla naval, pensaban que, de ser derrotados -algo probable dado los acontecimientos previos y la fuerza demostrada por Octaviano en Grecia-, reducirían el impacto de la victoria enemiga y verían facilitada su retirada a nuevas posiciones desde donde seguir combatiendo.
En septiembre del 31 a.C., ambos ejércitos, con sus respectivas flotas, se prepararon para la batalla. Octaviano ordenó a sus hombres acampar en el golfo de Ambracia (Epiro), y Antonio concentró sus fuerzas más al sur, en la región de Acarnania, próxima a Actium. El día 2 la flota de Antonio salió al encuentro de Octaviano, disponiendo sus naves en posición de combate, en una única línea con ala derecha, centro y ala izquierda. El control de ala derecha y sus 170 barcos, fue asumido por Antonio asignándose el centro a Marco Octavio y el ala izquierda a Cayo Sosio; en la retaguardia quedaron las galeras de Cleopatra. Frente al contingente de Marco Antonio, Octaviano establecería su eje de batalal, situándose él en el ala derecha y emplazando a Lucio Arruncio y Agripa en el centro y el ala izquierda, respectivamente. Quedaría así un hueco entre las naves del centro de la línea octaviana y las del ala izquierda; esta vacío sería cubierto por las galeras de Cleopatra, que debía avanzar desde retaguardia partiendo en dos la flotra rival. Por su parte, Octaviano buscaría hace rlo propio con el ala derecha de la armada antoniana.
No obstante, el éxito de esas maniobras dependía de las condiciones meteorológicas, principalmente a la existencia de vientos favorables que-según los historiadores-no hicieron acto de presencia hasta bien entrada la mañana. Así pues, conscientes de las ventajas que reportaría la anulación del flanco estratégico del adversario, Agripa y Antonio entraron en acción, asumiendo el mando de la batalla e interviendo personalmente en el desarrollo de los combates. El choque inicial, en el que el harpax4 del que estaban dotadas las embarcaciones fue el protagonista, se decantó del lado de Octaviano; de forma paulatina, las fuerzas orientales se vieron desbordadas por la maniobrabilidad de las naves de Agripa cuyos hombres se mostraron letales en combate cuerpo a cuerpo. Precididos por intercambio de proyectiles, estos choques dejaron patente la superioridad de los veteranos de Octaviano, frente a los hombres de Antonio, mercenarios orienales en su mayoría ajenos al sistema de combate romano.
El progresivo desgaste del ala antoniana, eje vertebrados de su línea, hizo que Antonio y Cayo Sosio -tras lanzar por la borda sus torretas de artillería para aligerar carga-decidieran retirarse de la batalla y poner rumbo a tierra. Mientras, los barcos de Cleopatra izaron velas, y aprovechando un punto de ruptura en la formación enemiga, atravesaron la zona de combate con rumbo suroeste, adentrándose en alta mar y desembarcando finalmente en Taenarus, en el cabo Matapán. Viendo a la reina alejarse y valorando la victoria como ya inalcanzable, Antonio dejaria atrás los restos de su maltrecha tropa y empendrió la huida en la misma dirección.
Abandonados a su suerte quedaron gran número de soldados, ascendiendo al final del día las bajas del ejército derrotado a unos 5.000 efectivos. Octaviano, careciendo de velas en sus embarcaciones, no pudo perseguir a su enemigo. Craso, aún leal a Antonio, y con órdenes de emprender la retirada a Asia, quedó al frente de un ejército fragmentado que, contrario a sus disposiciones de su general, no dudó en rebelarse contra él, obligándole a huir a Egipto para salvar la vida. A continuación, dichos sublevados se incorporaron a las filas de Octaviano.
Sin embargo, a pesar de las bajas y deserciones, Antonio aún conservaba la lealtad de once legiones repartidas por Oriente, logró ponerse a salvo en Alejandría conservando un tercio de sus barcos y la totalidad del tesoro y no sufrió pérdida de territorios ni aliados. Desde esta perspectiva, la batalla no puede considerarse decisiva, ya que no supondría una victoria completa para ningún contendiente y ambos continuarían tras ella en una práctica igualdad de fuerzas y condiciones, si bien la fama y la imagen pública de Antonio se vieron afectadas, influyendo en los acontecimientos posteriores.
Profundamente afectado y avergonzado por lo sucedido en Actium, Antonio se sume en la depresión desentendiéndose de los asuntos políticos y bélicos, al tiempo que las tropas de Octaviano avanzan por los territorios orientales de su enemigo atrayendo a sus filas a aliados y legiones del extriunviro a cambio de una amnistía. Solo la inminente llegada a Alejandría de su rival en la primavera del 30 a.C. saca a Antonio por fin de su apatía, empujándole a organizar la defensa de la capital, y a buscar el enfrentamiento con Octaviano por tierra y mar al este de la ciudad. Sin embargo, el mismo día de la batalla, la flota egipcia y la caballería antoniana se rinden a Octaviano, restando sólo a Antonio la infantería, con la que, sin llegar a producirse ningún enfrentamiento, regresa a Alejandría.
Allí, el extriunviro recibe la falsa noticia-se desconoce si accidental o intencionada, con la intención de deshacerse de un aliado ya inútil y propiciar un acercamiento con Octaviano-de que Cleopatra se ha encerrado en su tumba y se ha suicidado; Antonio, ante la derrota, decide seguir su ejemplo. Tras su muerte, la reina se reunirá varias veces con Octaviano para negociar los términos de la rendición, pero su captura, la de sus hijos y la del tesoro real, así como el asesinato de su heredero Cesarión, la obligarán finalmente a capitular sin condiciones; sin embargo, antes de aceptarlo, Cleopatra también se suicida.
Egipto se convierte oficialmente en nueva provincia romana con capital en Alejandría, si bien en la práctica será el dominio personal del emperador, hasta el extremo de que ningún ciudadano romano podrá viajar el territorio sin permiso expreso de éste. Además, frente a otras provincias imperiales así como senatoriales, a cargo de un miembro del orden senatorial, el gobierno de Egipto recaerá por el contrario en un Praefectus Egypti, escogido entre el orden ecuestre e incluso liberto imperial, hombre de confianza del César directamente designado por éste.


1En virtud de la Lex Titia de 43 a.C.
2A Cleopatra y Ptolomeo Cesarión, supuesto hijo de César, les cedió Egipto, Celesiria, Cilicia, Creta y Cirenaica; mientras que Ptolomeo Filadelfo y Alejandro Helios, nacidos de su relación con Cleopatra, recibieron Siria, Asia Menor y Armenia. Son las llamadas “donaciones de Alejandría”
3Actuales Azerbaiyán y Kurdistán iraníes

4 Situado en cubierta, el harpax permitía a los barcos atacantes propulsar cuerdas con garfios en uno de los extremos que, clavados en el casco del enemigo hacia posible iniciar una maniobra de acercamiento, reduciendo la distancia entre naves y permitiendo acometer el abordaje de manera efectiva y segura.

Fotografía 1: Tetradracma de Cleopatra y Marco Antonio que conmemora la conquista de Armenia
Fotografía 2: Disposición de las tropas de ambos bandos durante la batalla de Actium
Fotografía 3: Denario acuñado por Augusto que conmemora la conquista de Egipto

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